Percepciones de una posesión presidencial

 Café y Sociedad


Estuve en la posesión presidencial, lo hice porque es un momento histórico en el que cualquiera de nosotros quisiéramos estar, fui invitado y me sentí privilegiado, me invitaron porque en el camino de la 
vida y de mi ministerio he trabajado por la búsqueda de la paz, desde mi niñez he anhelado la paz, he gozado los acuerdos y he llorado los muertos colombianos caídos en el conflicto armado, recordé mis zapatos rojos, aquellos que en los años de los diálogos de paz llevaba a todo lugar simbolizando la sangre que había sido derramada por mis hermanos y hermanas, de todos los lados, de todos los frentes, de todas las ideologías políticas por la guerra, las balas, el hambre, la opresión y la injusticia; al ser invitado representé a mi denominación, me reuní con el sector religioso, oramos, meditamos y soñamos el país que tanto anhelamos, fue bueno volver a encontrarlos, algunos después de años porque quienes quisieron hacer trizas la paz quizás lograron dispersarnos pero no dividirnos ni que dejaramos de soñar y trabajar por un país en paz desde cada uno de nuestros frentes, quienes estaban en Bogotá estoy seguro de que siguieron luchando, trabajando, protestando, otros estábamos en las regiones haciendo lo mismo, silenciosamente desde nuestros lugares de servicio, proponiendo un país que se abriera a la posibilidad de la paz.

 

Tome su café y le cuento, porque las percepciones toman gran valor e importancia hoy, disfrutemos este encuentro y pensemos el país, no se si usted que me lee habría asistido o no a la posesión, quizás algunos de mis lectores ni siquiera comulguen con la idea de que Gustavo Petro fuera el presidente de nuestros país, pero tenemos en común la misma tierra, el mismo momento, los mismos sueños y la misma realidad; Gustavo Petro fue posesionado como presidente de Colombia a partir del domingo pasado y he querido  dejar cinco días para escribir buscando no dejarme llevar al cien por ciento por las emociones que viví allí y poder escribir con la mente más que con el corazón aunque al parecer es imposible porque lo que nos mueve a la paz es justamente un asunto del corazón, del amor por nuestra tierra, por nuestro país, por nuestra gente, un amor que debe ser pensado y repensado haciendo las mejores lecturas del contexto en el que vivimos.

 

Tomo mi café y recuerdo cada momento de ese día, recibir la invitación, como ya lo dije, fue un reconocimiento al trabajo por la paz de hace años, fue recordar el compromiso que como ministro de la Palabra y los sacramentos asumí al predicar las buenas nuevas; la paz, el amor y la esperanza, la posibilidad de asistir a este tipo de eventos quizás solamente se dé una vez en la vida y eso implica preparación, asumir la responsabilidad de quien estaba sentado en la plaza de Bolívar, una plaza por cierto llena de hombres y mujeres que, como nosotros, querían ser testigos de ese momento, y reconocer con humildad el regalo de la vida que Dios nos había dado, Colombia y particularmente Bogotá era una fiesta, las personas en general estaban sobrias, se vislumbraba un ambiente de paz y de alegría, las comparsas, las tarimas, los shows que se veían por la séptima denotaban el cambio del que se venía hablando en la campaña, si, un cambio, porque todo era diferente a otros sietes de agosto en Colombia cuando los presidentes se posesionan, hemos tenido que caminar en medio de la gente, con la gente, de la misma manera como los religiosos tenemos que caminar por la vida, tuvimos que hablar con las personas de la logística, con los policías que estaban encargados de la seguridad, tuvimos que hacer fila como personas comunes y corrientes, lo que somos, pueblo que era invitado a un evento de orden nacional y todo esto me hizo pensar en el cambio, seguramente eso es lo que a muchos les inquilla, el hecho de pasar de lo “exclusivo” a lo “popular” de reconocernos en medio de la igualdad y la equidad, de darnos la mano con el empobrecido y el vulnerado porque desde mucho tiempo nos han inculcado, nos han metido en la cabeza que somos diferentes, que quienes son privilegiados no pueden estar junto a las personas mas vulneradas y que el vulnerado, es decir, el “popular” debe estar al servicio del privilegiado.

 

Era una fiesta sin duda la que vivía Colombia el pasado domingo, un día extraño si se pensaba que era un día de posesión o de transmisión de mando, una transmisión de mando acompañada de mariposas, quizás recordando las mariposas amarillas de Gabriel García Márquez, ahora vestidas de tricolor, ese mismo tricolor que quizás usted puso en su casa para conmemorar el siete de agosto de 1819, era una fiesta en donde confluían todas las razas, los credos, las expresiones sociales, los gremios y, por su puesto, las religiones, era una fiesta porque así lo propuso el mandatario que entraba, era una fiesta porque no era la celebración de unos pocos sino la alegría de un pueblo numeroso y por eso es un mandato popular, en esa fiesta se hablaba de paz y reconciliación, quienes allí estábamos sentimos la alegría de encontrarnos con el que es diferente y pensar en la esperanza de comprendernos, porque como enseñaba Aristóteles; “solo las mentes educadas pueden entender un pensamiento diferente al suyo, sin necesidad de aceptarlo” y aun así continuar la convivencia, una convivencia que necesitamos construir en el paso a paso del camino de la reconstrucción social de nuestro país y eso hace que la fiesta sea más agradable.

 

Ahora bien, pensar en la ceremonia como tal me trae algunos pensamientos, percepciones que ni siquiera llegan a ser un análisis político, solo las percepciones de un ciudadano que vivió la experiencia de estar allí, seguramente muchos colombianos y colombianas cantamos el himno nacional con más pasión que en otros momentos, creo que el punto más importante en un país como el mío es que hemos logrado sacar el himno nacional de los estadios, de los partidos de futbol y del sentimiento deportivo, que no es malo en sí mismo, y traerlo a la realidad del sentimiento nacional, muchos han pensado que en ese día tomó más sentido cantar la primera estrofa de nuestro himno nacional, entre otras cosas, la única que ahora se canta, “Ceso la horrible noche…”, sin embargo, aunque entoné el himno con esperanza, con el mismo sentimiento con el que entono el símbolo patrio en los diversos aspectos de mi vida, y con el respeto debido a quienes piensan que ahora tiene sentido, mi pensamiento y mi sentimiento refiere que hemos de esperar cuatro años para darle mayor sentido a esa primera estrofa, hemos de esperar, sí, con alegría y esperanza y ver los resultados de lo que el Presidente de nuestra nación se ha propuesto;, hacer pasar de la noche de la desesperanza al día de la esperanza, de la horrible noche que estamos viviendo al hermoso día que nos permita construir nación y vivir la segunda oportunidad de la que se nos mencionó en el discurso presidencial.

 

No puedo negar que la ceremonia estuvo llena de emociones, recordar a Carlos Pizarro, en la figura de María José y reconocer la humildad de Roy Barreras para permitir que fuera ella quien pusiera la banda presidencial fue un momento emotivo, Pizarro fue una de esas personas a las que Colombia amó, una Colombia que creía en la paz, una Colombia que creía en el cambio, pero al que la otra Colombia, la del estatus Q, prefirió silenciar, la muerte de Pizarro fue quizás una de las muertes más dolorosas que nos enfrentó a la realidad de lo difícil que era construir la paz en nuestro país, las lágrimas, el abrazo, los gritos de emoción de las personas que estaban en la plaza, no tienen que ver con izquierda o derecha, tienen que ver con sueños, anhelos, deseos que se esperaban desde hace mas de 30 años, esas lágrimas reflejaban a una persona y a un país en su realidad. No quiero hablar de la espada de Bolívar a más de comprender que el nuevo presidente tiene claro lo que quiere y  lo que espera en la conducción del país, su tono fue de autoridad pero no autoritario, las fuerzas militares, el presidente saliente y la Colombia entera han debido hacer la lectura correcta del momento, no es el capricho sino el derecho de tener y de saber que esa misma espada, la de Simón Bolívar, nos recuerda un compromiso hacia la libertad y hacia la paz, los símbolos hablan y no pueden ser negados al pueblo, en la iglesia los símbolos están para la gente no para el clero exclusivamente porque el clero en sí mismo es gente, es pueblo, y de esa forma los símbolos de la paz y la justicia deben hablar a nuestra vida, a nuestra experiencia y deben ser invitación desde el quehacer de la historia para construir una nueva historia.

 

Ver a un hombre como Gustavo Petro con la banda presidencial, asumiendo su papel de mandatario, recordándose desde lo popular y no de lo exclusivo, insisto, ahora tomando juramento a Francia Márquez me hizo pensar en que otra Colombia es posible, porque las condiciones socioeconómicas no limitan nuestro pensamiento, el lugar en donde hemos nacido y crecido no pueden limitar el derecho a ser servidores públicos y mucho menos estos pueden ser condicionamientos para que se estigmatice a las personas en capacidad y ética, una de las cosas que más me llamó la atención en la toma del juramento de Márquez fue la disciplina y la resistencia al no usar un papel que le dijera lo que tenía que jurar, su mano levantada y de memoria, como se deben hacer los juramentos; de corazón y con todo el sentimiento, claro que por sus ancestros y ancestras, a Dios y al pueblo de Colombia, ella, la hermosa negra con su traje colorido que la hace ver más hermosa, con la franja blanca recordando la paz por la que venimos trabajando y con la más bella declaración que haya escuchado jamás: “Hasta que la dignidad se haga costumbre”, porque eso es lo que necesita la Colombia olvidada, dignidad, esa misma dignidad que enseñamos en clase de ética y valores en los colegios, la dignidad que Jesús, el Maestro de Galilea, enseñó al pueblo de Israel en la que el valor de la vida era más importante que la falta en una sociedad que deseaba lapidar al invisibilizado o más bien a la invisibilizada si pensamos en aquella mujer que fue encontrada en adulterio y a quien prendieron aún cuando su compañero se escabullo tranquilamente porque la sociedad es cómplice también de clasificar a unos dignos y a otros indignos, una sociedad en paz debe ser una sociedad de la dignidad y de la dignificación, aplaudo a nuestra vicepresidenta, una vicepresidenta que representa, lo repito, a la Colombia olvidada a esa que también hemos usado como pretexto para conseguir riqueza, una riqueza que en muchas ocasiones no llega siquiera a beneficiarlos.

 


Quienes me conocen saben que un café no es suficiente para una plática con los buenos amigos, acabo de hacer una pausa para conseguir otro café y seguir relatando, si usted se ha servido de otro café y ha llegado hasta acá en esta lectura le doy las gracias, a quienes se fueron también les daré las gracias porque su silencio o su critica también construyen mi pensamiento, sigamos pues con dos o tres percepciones más alrededor de la transmisión de mando presidencial. Leer la historia de Roy Barreras en una entrevista que le hizo el diario El Tiempo me hizo pensar en el romance político de Roy y Petro, si, quizás muchos no gusten de este tipo de simbiosis política, pero personalmente me hizo reflexionar en el conflicto visto desde diferentes ángulos, reconocer personas que se han movido en el país y comprender que Colombia toda es víctima del conflicto armado interno, su discurso fue una magistral exposición de lo que es Colombia y de lo que se espera que llegue a ser Colombia de la mano del presidente, el camino de la paz en el dialogo, viendo al país como una potencia mundial de la vida, invitando al equilibrio en el Congreso y recordando los muertos y las formas de tortura hacen una pedagogía de sensibilización de la realidad de nuestro país, recordar a los policías que han muerto nos acerca a una comprensión de nuestra realidad; no lo hemos logrado, la dignidad aun no es costumbre y por eso Francia Márquez nos lo recuerda en cada discurso, aún somos victimas del conflicto, se necesita la paz total, ese nuevo símbolo con el que Roy Barreras invistió al presidente Gustavo Petro y que debe recordarnos que aún hay sangre en el suelo a causa de la violencia, debemos caminar hacia la paz total y esa es la tarea de toda una corporación, de todo un país, de cada una y uno de nosotras y nosotros.

 

Hablar de percepciones de una posesión presidencial y no hablar del presidente y su discurso sería amputar el centro del pensamiento y el motivo por el cual Colombia entera se reunió alrededor de plazas, calles, casas y sitios públicos para presenciar un acto histórico, histórico no porque sea el primer gobierno de izquierda, histórico porque el sentido de lo popular implica la responsabilidad colectiva de hacer país y de construir una nueva Colombia, la Colombia soñada, la Colombia en paz; ha dicho el presidente Gustavo Petro en su discurso, luego de citar el final de Cien años de Soledad, que ha llegado a Colombia la segunda oportunidad, la Colombia de lo posible, la que se aparta de los “No” y de los “esto siempre fue así”, sin duda, ese es el mensaje que nosotros, el sector religioso, hemos llevado a partir de nuestra fe, el Dios de las segundas oportunidades, ese que no es tan exclusivo porque está para toda la humanidad, para todos y todas entregando perdón y reconciliación, no que el discurso del presidente sea un discurso religioso y mucho menos que Gustavo Petro sea un mesías para Colombia, pero si quiero hacer énfasis en el mensaje de esperanza que hay para nuestra nación y la responsabilidad colectiva, insisto, que tenemos en la construcción de este proyecto de país, una Colombia de lo posible, una Colombia en la que nos invitemos a mirar de otra manera y en la que podamos hacer las cosas, una Colombia en la que la paz sea posible y podamos dialogar, un dialogo nacional, un dialogo intersectorial, pero un dialogo reconciliatorio que nos acerque y nos invite a construir, a cambiar y a derribar muros para hacer puentes.

 

Una Colombia que piensa en la prevención, que construye sobre la realidad de lo que se está viviendo, que no se olvida de que la droga, la maldita droga, y el narcotráfico están destruyendo familias, sociedades y relaciones diplomáticas y que en tanto tenemos el derecho a vivir tranquilos, sin flagelos en un nuevo dialogo para combatir la enfermedad de la drogadicción en Colombia y en el mundo, una visión abierta porque los problemas sociales no son únicamente de jurisdicción nacional sino que atañen a toda América y al mundo en general, creo que es un acierto abrir sin tapujos este tema porque en nuestro contexto gran parte del conflicto se origina en el narcotráfico.

 

Una Colombia igualitaria, en donde se reduzca las brechas entre campo y ciudad, ricos y pobres, hombres y mujeres, denominaciones religiosas ortodoxas y denominaciones religiosas alternativas en donde todos y todas tengan oportunidad, donde no haya niños y niñas que mueran de hambre, una vez más un asunto de dignidad que debe ser costumbre, en sí, una Colombia equitativa.

 

Pero también percibí un discurso que inquieta a Latinoamérica y al mundo y que habla de las relaciones internacionales, los temas que preocupan y en los que seguramente se posicionará al país de una manera real y concreta, no con meros discursos que no aporten a la realidad mundial, no se creará un frente diplomático, no se intervendrá en la soberanía de algún país, creo que se apunta a reconocer a todas las naciones para pensar nuestro futuro, el futuro del planeta, el futuro verde y nuevamente la construcción de paz.

 

Me encontré con un presidente que quiere unir a Colombia y que vale la pena apoyar, sin duda alguna, el apoyo también debe ser sensato, equilibrado, no se trata de ser gobiernista, sino de pensar y amar al país, las reformas, estoy seguro serán complejas, pero allí también está la invitación a la solidaridad y el compromiso de no ser confiscatorios, me encuentro con un gabinete ministerial que sabe de los temas en los que se les ha designado, un equipo de embajadores que estoy seguro de que van a trabajar para fortalecer la democracia y la diplomacia, hay una apertura hacia el sentido religioso de los colombianos muy acorde a lo que está escrito en la ley: El Estado no es ateo, agnóstico, o indiferente ante los sentimientos religiosos de los Colombianos (Ley 133 de 1994, Articulo 2) y lo más importante, existe la iniciativa de mirar a la Colombia olvidada, la que va más allá de Bogotá, Cali o Medellín, la Colombia que necesita ser dignificada, solidarizada y responsabilizada en la conciencia de producir riqueza para que todos y todas seamos prósperos.

 

Seguramente esté articulo no lo leerá el presidente ni la vicepresidenta, sería muy pretencioso querer que así fuera, no obstante, si hoy pudiera yo decirle algo a ellos es justamente que quiero entonar el himno nacional en cuatro años reconociendo que está cesando la horrible noche porque la dignidad se está haciendo costumbre.

 

Gracias por tu tiempo.

 

Con afecto;

            Luis Felipe.


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