CAMBIO DE PARADIGMAS, UNA INVITACION DESDE LA FE
Aconteció un día, que entró en una barca con sus discípulos, y les dijo: Pasemos al otro lado del lago.
Lucas 8:22
La invitación del Maestro de Galilea es importante, pasar al otro lado del lago implica un cambio de estado y posición, implica cambiarse, trasladarse, dejar de estar y comenzar un peregrinaje, en sí, implica cambiar paradigmas establecidos. Desde luego implica soportar las adversidades que se pueden presentar durante la marcha, pero al final todo resulta en ver las cosas desde otra perspectiva, desde una perspectiva marcada por el avance, implica mirar hacia delante, a la proyección trascendente del ser que se busca, pero que se busca libre, autónomo, capaz de participar en el avance de su entorno social y cultural, y a su vez implica echar una mirada atrás para ver lo que se fue, lo que se era, recordar el pasado estado, y quizás romper ese primer paradigma tan marcado en nuestra América Latina de “todo tiempo pasado fue mejor”, para ver el presente y el futuro con una mirada de fe que permita aquella trascendencia de un pasado que ya no está con nosotros pero que se hace reminiscencia y de esta manera trasciende en nuestro actuar diario.
Sin lugar a dudas la sociedad, y con ello la educación, la religión, la política, la familia y el trabajo, necesitan pasar al otro lado del lago, se necesita para estos tiempos una mayor conciencia de la humanidad que en ultimas responde a una mayor conciencia de Dios, que tan solo se puede adquirir cuando decidimos obedecer al imperativo del Maestro “pasemos al otro lado”. Un mundo tan deshumanizado como el que vemos hoy en día, sin Dios y sin ley, necesita pasar el lago y encontrar a Dios y la ley, la ética y la política, la verdad y la integridad, y ver su pasado para comprender su propia condición humana, ver su presente para entender su propósito en este mundo y ver hacia el futuro para explorar otros lagos que en el día a día de la acción humana se deben pasar.
La invitación, pensando que Jesús no era el comandante de un ejercito que daba ordenes, sino el amigo, el maestro, el Rabí, nos lleva a pensar en la necesidad de proyectar un camino hacia adelante en su compañía, nos motiva a dirigir nuestra vida en un compromiso mucho más serio, mucho más dinámico entre nuestras relaciones humanas y nuestra sociedad. Es una invitación a la fe, a la libertad, a la competencia, a la acción del ser en cuanto que es para si y para la sociedad en la que esta inmerso. El ser humano es un ser que se manifiesta desde lo político, y desde allí demuestra sus competencias e inteligencias, pero es además un ser de desarrollo espiritual. Pasar al otro lado es integrar lo político y lo espiritual y con ello avanzar hacia la formación integral propia, para luego lograr dejar legados en aquellos que hasta ahora pasan los lagos que nosotros antes ya habíamos pasado.
Desde esta perspectiva, las religiones necesitan pasar al otro lado del lago, cada vez se hace más relevante la necesidad de un dialogo interreligioso que abra las puertas a la comprensión cultural y al legado histórico que junto con la riqueza espiritual nos deja cada religión presente en el contexto actual. La religión como fundamento moral de la sociedad necesita dejar atrás el sectarismo, el fundamentalismo, y junto con el Maestro pasar al otro lado del lago, y desde allí encontrar en la fe de otras religiones su propia fe, en el crecimiento y avance social, espiritual, económico y político, su propio crecimiento.
La religión nunca será una sola, los hechos históricos teñidamente marcados no permitirán hacer una sola religión en el mundo, la experiencias de fe, distintas en cada una de las culturas no harán posible la concepción de una religión mundial, ni del Dios de los hebreos o el de los hindúes como uno solo, siendo Él uno solo desde luego, pero visto desde posiciones culturales diferentes. Por eso la invitación no pretende ir hacia la construcción de una gran religión al estilo de la Torre de Babel, sino al dialogo, a la comprensión, al perdón y la búsqueda de la paz, la tormenta que se vive en el dialogo debe redundar en la paz, en el perdón y en la reconciliación entre unos y otros.
Pasando el otro lado del río podemos encontrar que otros tienen lo que a nosotros nos falta, podemos ver con tristeza un mundo bañado de sangre, “santa sangre”, derramada en la guerra, “santa guerra”, por defender a aquellos dioses y profetas que pretendían transmitir al mundo un mensaje de esperanza y de buena vida, también podríamos ver las incongruencias éticas de la religión, sus asesinatos físicos y más aun los asesinatos morales, pues ¿Cuántas veces las concepciones religiosas han manchado la dignidad humana, como si esta no existiera o no fuera principio fundamental en los preceptos de las grandes religiones del mundo?.
Por esta razón, la religión al abrir su espacio para el dialogo comienza a pasar al otro lado, al lado de la reconciliación, del perdón, de la bondad, de la humanidad a la que cada una de las religiones quieren llegar en medio de la inhumanidad que viven las actuales sociedades, se abre un camino de paz, en el que la religión deja de hacer y comienza a ser.
Pasar al otro lado del lago implica cambiar el actual pensamiento político, para construir un pensamiento de la acción política, de la manifestación del amor que como lo representaría Hannah Arentd estudiando a San Agustín, sería en la acción y esta transformada en política, en cuanto que el hombre es un ser para la política, y mas allá es un ser para la acción. La política no es un hecho apartado del ser humano, todas sus acciones le inclinan a hacer política para su vida, para su desarrollo, para su familia, en sí para lo suyo, pero en la acción deshumanizadora se ha olvidado que la acción individual repercute en las acciones universales, que lo individual y lo particular influyen en lo universal de tal forma que la política en la acción individual se representa en resultados globales, mi acción es la acción de mi familia y la de mi sociedad y por esta razón se requiere imperiosamente de la necesidad de pasar el lago para comprender la razón de la acción del otro, de la acción que repercute en mi y así mismo evaluar mi acción en virtud del desarrollo de los otros.
Política y desarrollo deben ser un ideal en la formación del pensamiento de toda la humanidad, pero política y desarrollo tienen que ver con libertad, con justicia, con igualdad, con el respeto a su derecho como ser humano, por el respeto a la vida y al desarrollo social en una comunidad o en una nación, en sí, tiene que ver con la responsabilidad propia y común de dar a cada uno lo suyo, de respetar su creencia o no creencia, de considerar sus virtudes, de poner a disposición las nuestras de manera tal que en este desarrollo seamos cooperadores del mismo.
Política y desarrollo se deben unir, no para el bienestar interesado de unos pocos, sino para el avance de toda una sociedad que necesita y requiere urgentemente formar hijos con visión más humana y menos egoísta. De esta forma, política y desarrollo implica hacer pensadores humanos, libres y éticos, que sean capaces de encontrar lo bueno que muchos de nosotros no hemos encontrado en nuestra sociedad. La acción política del hombre desde esta perspectiva se convierte en acción social relevante, contagiante, admirable, atrás queda la visión de la injusticia, de una política con mala fama, individualista y egoísta, adelante queda la proyección de una mejor manera de vivir, de una sociedad más humana y mas justa.
El respeto por el otro como resultado de pasar al otro lado del lago involucra la aceptación de los débiles y de los fuertes en nuestras comunidades, para entender las virtudes tanto del uno como del otro, comprender que el uno no podría ser sin el otro, y de esta manera aceptar la importancia del uno y del otro desde la perspectiva del desarrollo, de la evolución, de la cooperación. El fuerte respetando al débil no abusa de su debilidad, sino que por el contrario le ayuda para que su debilidad sea una fortaleza, recordando las palabras de Dios a Pablo “mi poder se perfecciona en la debilidad”, el débil, por su parte, respetando al fuerte acepta la mano extendida que éste le da, encuentra sus propias fortalezas, que no se ven desde lo público, y avanza caminando, no de manera conformista, sino acrecentándose en lo que bien puede ser su poder para ayudar al fuerte y en si construir una comunidad equilibrada y no de los extremos, del respeto y no de la mala competencia, del amor y no del odio y la envidia, de la cooperación y no de la individualidad mal lograda que no permite el avance y el desarrollo, en sí se forma una comunidad de la acción política del desarrollo humano y comunitario.
Pasar al otro lado implica cambiar el orden en el pensamiento pedagógico social. Hacer una revolución pedagógica no corresponde a hacer guerrillas para salir al campo y atentar contra el desarrollo de la sociedad, pero si implica un cambio en la formación de pensamiento de la sociedad a partir de la institución educativa, a la que llamaremos la academia.
Si bien, la religión es fundamento para la moral de la sociedad, la academia es fundamento para su desarrollo social y formación del pensamiento, por esta razón la academia va más allá de enseñar a leer y a escribir, a sumar y a restar, la academia representa el sello del pensamiento en las sociedades, se hace responsable no solo de los más grandes descubrimientos, humanos, tecnológicos y científicos, sino de la buena o mala aplicación del conocimiento. Es verdad que estamos inmersos en la “sociedad del conocimiento”, pero necesitamos reconocer la importancia de la academia en la aplicación de una ética del conocimiento. Los avances tecnológicos y científicos no pueden ser avances en tanto que no lleven de su mano una formación humanística que permita reconocer aun la ignorancia y la necesidad de lo humanístico para el propio desarrollo humano.
La academia debe ser la fuente del conocimiento y a su vez debe enseñar a pensar. La política e incluso la religión pasan por el filtro de la academia que permite tener claridad a propósito de las cuestiones que tienen que ver con la creencia y con la decisión de la acción política en la humanidad, la academia como alma mater del ser, debe dejar un legado humanístico especial y esencial que permita la construcción de comunidad, que invite a la interiorización del ser para poner el conocimiento no como objeto en vitrina y ser así mercaderes del mismo, sino como servicio a la humanidad para desarrollo de la acción social en nuestros contextos.
La academia es entonces responsable, en gran parte, de la acción política del ser, de la acción liberadora del hombre, y de la acción responsable del mismo en la comunidad. La academia desde la perspectiva de formación de pensadores y no de transmisor de conocimientos es un influyente en la humanización de las sociedades, por esto la academia debe pasar al otro lado del lago, debe dejar atrás el mercantilismo cognoscitivo y mostrarse como servicio social que además es un derecho público de todas las personas.
La academia se hace responsable aun de la ignorancia del pobre, en su desarrollo debe aplicar modelos efectivos y alcanzables a los más necesitados para que estos no sean alienados y tengan también criterios propios de pensamiento, de esta manera la academia debe apartarse fuerte y marcadamente de la tradicional maquinaria política que enseña a alienar al pobre y a pensar al rico, a obedecer al pobre y mandar al rico, para defender el principio de igualdad, de fraternidad, de humanidad, en el que cada persona como individuo es libre, pero libre para la acción social de su comunidad, libre para el servicio a la misma, libre para su propio compromiso y sobretodo desde una perspectiva de lo académico libre para proponer los cambios de paradigmas que necesitan las sociedades actuales y que muy seguramente se reconocen con mayor facilidad desde la academia, y en sí, desde una academia más humana y más digna de representar fidelidad a los derechos humanos.
De esta forma, la academia se hace responsable de la aplicación de los propios derechos del hombre, todos los seres iguales sin distinción de raza, color, nacionalidad o cultura religiosa, pues todo ser que convive con nosotros es un ser pensante, pasado o no por la academia, digno de representación de una sociedad, de una cultura y en sí de lo que representaría nuestra humanidad. La aplicación de estos derechos como pilares fundamentales para la acción social y política de una sociedad, representa también la ruptura de paradigmas de esclavitud, de arribismo social o religioso y también nos acerca al propósito de una comunidad más humana que se sirve de si misma para alimentar el beneficio social de sus miembros.
De esta manera encontramos una academia libre pensante, y al mismo tiempo respetuosa en su ser y que hacer de la vida de los individuos en la sociedad.
Pero cruzar al otro lado del lago en términos de lo religioso, de lo académico y de lo político, significa pasar al otro lado del lago en términos de las relaciones familiares, en tanto que la familia como institución de la sociedad representa el núcleo de la misma, hacer cambios en el pensamiento social religioso, social político y social académico es hacer cambios prácticos en el pensamiento social familiar. Hoy en día difícilmente se puede hablar con seguridad a propósito de la constancia de la unión familiar y en sí del matrimonio, pero con todo y esto es necesario pensar y repensar en la formación de hijos cultivados en valores espirituales y de pensamiento ético que repercutan en su acción política frente a la sociedad.
La familia como núcleo de la sociedad y hoy en día cada vez menos valorada por la misma, debe participar no solo en la formación de hijos, sino también en la formación de padres, de esposos, de profesionales que prestan un servicio a la sociedad, de personas gratas que reciben entre si los mejores beneficios que su sociedad les da. Pero la formación de estos padres, hijos, profesionales, responden a la necesidad dependiente del ser humano de vivir en comunidad, ahora bien cuando esta microcumunidad se distancia de los valores tradicionales de amor, de respeto por el otro y de libertad al otro, ¿Qué podemos esperar de la acción política y social en la macrocomunidad?.
En nuestro contexto cultural decisiones como el divorcio o la separación resultan ser comunes y corrientes, útiles en la practicidad como solución ante el desespero y la incomprensión, tal vez nunca volveremos a los matrimonios de antaño, en los que con responsabilidad y sobretodo con seriedad se asumía la expresión “hasta que la muerte los separe”, sin embargo, ¿Cómo pasar el lago para que la familia no quede totalmente destruida, con hijos afectados que servirían a la violencia, incomprensivos que no encontrarían su propio ser?.
Repensar en las relaciones de familia es una actividad principalmente importante en los ámbitos sociológicos de nuestros días, si no hay un claro concepto de familia tampoco puede haber un claro concepto de religión, ni de política, ni de educación. No entraremos a fondo en el papel del divorcio en la sociedad como alternativa social pero si vamos adelante y pensamos en la formación de los hijos y de los padres del divorcio, ¿Cómo ejercer el rol de padre y de hijo en la distancia, sin que esto no afecte la dignidad humana del uno y del otro?, ¿Cómo poder participar de la vida de pareja, con la pareja que ya no es pero concientes de que un día fue y que tal vez nunca volverá a ser?, ¿Cómo explicar a los hijos que lo que un día fue bueno, maravilloso y con una proyección interesante, hoy tan solo se desenvuelve en demandas, en el horror de la angustia y en desesperación?.
Con todo y estas preguntas, la disolución de los hogares es un hecho, en el que la actual sociedad debe repensar para reeducar y sin embargo tenemos que admitir que la libertad de pensamiento, la igualdad, la justicia, el perdón y la reconciliación deben marcar la pauta en estos hogares disueltos, para una mejor expresión del perdón y de la reconciliación en las comunidades, para volver a la confianza, al anhelo que se pierde y al deseo de formar hogares unidos en la fe y en el amor.
Pasar al otro lado del lago implica comprensión y reacción, meditación y decisión, en tanto que nos es necesario comprender el hogar disuelto y reaccionar no propiamente en su contra más bien que en su ayuda, y por otra parte meditación en la valoración del matrimonio como fundamento social y político para el desarrollo de la vida personal, social e incluso económica del ser y con esto de su comunidad.
Pensar en el matrimonio como algo que hoy es y mañana no se sabe, representa pensar en una sociedad cambiante que hoy también es y mañana no se sabe, sin embargo, pensar en la familia de hoy para pasar al otro lado del lago, representa mayoritariamente una reacción de perdón y de reconciliación, una cultura de la violencia se ve marcada por un divorcio con violencia, y sin embargo pasar al otro lado del lago representa vivir la etapa de duelo y de separación en una actitud marcada por el perdón y por la no afección futura en las relaciones que ahora cambian entre la pareja y los hijos.
Es imperioso pensar en la necesidad de cultivar, desde la familia una actitud de perdón y de paz, de amor y de valoración por el otro, de respeto por la decisión que se toma, y de no posesión entre el uno y el otro, las relaciones familiares deben apuntar a ser constructoras en el desarrollo social y político de la comunidad en la que se vive, el hogar, como hoguera debe representar el calor y la seguridad que esta puede brindar, sin que se forme un incendio que contrariamente nos pudiera llevar a la destrucción total.
La familia, independiente de su unidad o de su disolución, tiene la responsabilidad de dar personas a la sociedad, y hablamos de personas en tanto que la sociedad no demanda de la familia buenas maquinas trabajadoras, o buenos estudiantes memorizantes, sino que demanda personas que aporten en el beneficio propio del avance cultural, científico y sobretodo humano. Es responsabilidad de los padres formar hijos influyentes, sean fuertes o débiles, pero influyentes en una sociedad de la ética que esta dispuesta a pasar lagos y romper paradigmas, la familia es responsable de presentar padres amorosos, sea en la cercanía o en la distancia, pero amorosos y capaces de inculcar los mas altos valores de espiritualidad, de responsabilidad, de honestidad, la familia debe presentar profesionales honorables dispuestos a servir a la comunidad antes de volverse mercaderes de su arte, tiene además la responsabilidad de inculcar las mejores relaciones con otras familias actuando desde la acción política del ser, en cada gremio de edades, de genero o de ocupaciones.
La familia como núcleo de la sociedad debe pasar al otro lado del lago y ver desde otra perspectiva no solo su consolidación colectiva sino que también su configuración individual y su rol en el desarrollo social de las comunidades existentes, pasar al otro lado del lago en esta dimensión implica el respeto por los cambios juveniles, por la moda, por lo juegos, por las formas de diversión y con esto por las formas de pensamiento, implica romper los paradigmas de estaticidad social y cultural y dar paso a lo que la juventud tiene para ofrecer en términos de pensamiento, de arte, de cultura.
Preservar los valores no es apartar a nuestros hijos de la exploración cultural y social y del avance natural de la vida e incluso del mismo pensamiento, la familia ha de velar para que estos cambios se den, dentro de un marco de preservación ética, que implique el no hacer daño a los otros y el avanzar hacia caminos de paz, de reconciliación, de perdón, de desarrollo y de participación en la comunidad.
Pasar al otro lado implica entonces romper con paradigmas establecidos, abrir la mente y permitir la visitación de otros totalmente diferentes, dispuestos a aceptar su enseñanza, motivados a servir también a ellos desde lo que nosotros tenemos para dar, desde luego que la tormenta viene, claro que las consecuencias de pasar al otro lado son reales, porque pasar el otro lado implica una metanoía, un cambio radical en la forma de ver las cosas y con esto en la forma de actuar, de pensar y de recibir, implica apartarnos de lo propio y compartir con el otro que también es humano para así conocer al que nos invita, tan humano, incluso mucho más humano que nosotros mismos.
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