Entradas

Perseguido

Alguien me perseguía. En un pasillo oscuro, giré en una esquina para subir por una escalera y, deteniéndome en seco en mi trayecto, me alarmó lo que vi. A los pocos días, volvió a ocurrir. Pasé por el fondo de una de mis cafeterías favoritas y percibí la sombra grande de una persona que se me acercaba. Sin embargo, ambos incidentes terminaron con una sonrisa… ¡me había asustado de mi propia sombra! El profeta Jeremías habló sobre la diferencia entre los miedos reales y los imaginarios. Algunos de sus compatriotas judíos le pidieron que averiguara si el Señor quería que se quedaran en Jerusalén o que volvieran a Egipto para protegerse, porque temían al rey de Babilonia (Jeremías 42:1-3). El profeta les dijo que, si se quedaban y confiaban en Dios, no tenían por qué tener miedo (vv. 10-12). No obstante, si regresaban a Egipto, el temido rey los encontraría (vv. 15-16). En un mundo de peligros reales, el Señor le había dado a Israel una razón para confiar en Él en Jerusalén. Ante...

Trabajar para el viento

Jennifer Benson Schuldt El Ferrari valorado en 200.000 dólares quedó bajo el agua en una carretera y no sirvió más. Su dueño había intentado pasar por lo que parecía ser un charco, sin darse cuenta de que el agua subía rápidamente y se hacía más profundo. Cuando el agua llegó a la altura de los guardafangos, el motor de 450 caballos de fuerza se detuvo. Menos mal que el hombre pudo salir del automóvil y refugiarse en un terreno elevado. El coche deportivo inundado me recuerda el comentario de Salomón: «esas riquezas se pierden por un mal negocio» (Eclesiastés 5:14 lbla). Los desastres naturales, los robos o los accidentes pueden quitarnos los bienes más preciados. Aunque seamos capaces de protegerlos, no podremos llevarlos al cielo (v. 15). Entonces, Salomón se pregunta: «¿qué provecho tiene el que trabaja para el viento?» (v. 16). Es inútil trabajar solamente para conseguir posesiones que, en definitiva, desaparecerán. Hay algo que no se corrompe y que podemos «llevar ...

San Mateo 22:34-46 "30º domingo del tiempo común"

El Evangelio para hoy nos invita a poner en practica nuestro discurso, frente a la pregunta que le hacen a Jesús acerca de cual es el mandamiento más importante, Jesús da una una respuesta en forma de cruz, es decir en orientación vertical y transversal, responde que el mandamiento más importante es "amar a Dios sobre todas las cosas" y habla de un segundo mandamiento: "amar a tu prójimo como a ti mismo", que interesante respuesta de Jesús, pues la gran respuesta del mandamiento de Dios en Jesús es el AMOR, de hay que tenga una visión vertical, amar a Dios y una visión transversal amar al prójimo, lo uno y lo otro se condensa en la expresión y la acción del amor.  Si el domingo anterior el Evangelio nos invitaba a la coherencia, hoy nos invita al amor, nuestra coherencia radica en el acto mismo del amor, pues nuestro encuentro con Dios y con Su verdad radica en que Él nos ha amado y nos llama para que amemos a los demás, de hay se desprende la Ley y los profeta...

Primera respuesta

Cuando llevaron a mi esposo al hospital para operarlo de urgencia, empecé a llamar a mis familiares. Mi hermana y su esposo vinieron de inmediato para estar conmigo, y oramos mientras esperábamos. La hermana de mi marido escuchó la ansiedad de mi voz por el teléfono y, al instante, dijo: «Cindy, ¿puedo orar contigo?». Cuando llegaron mi pastor y su esposa, él también oró por nosotros (Santiago 5:13-16). Oswald Chambers escribió: «Tendemos a usar la oración como último recurso, pero Dios quiere que sea nuestra primera medida defensiva. Oramos cuando no queda otra cosa por hacer, pero el Señor desea que oremos antes de hacer cualquier otra cosa». En esencia, orar es simplemente conversar o hablar con Dios, esperando que Él oiga y conteste. No debe ser un último recurso. En su Palabra, el Señor nos insta a comprometerlo en oración (Filipenses 4:6). También nos prometió que, «donde dos o tres se reúnen» en su nombre, Él estará «en medio de ellos» (Mateo 18:20). Por lo general,...

Limpiar el armario

Joe Stowell Hasta hoy, puedo oír a mi madre diciéndome que fuera a ordenar mi cuarto. Obedientemente, iba y empezaba a hacerlo, pero enseguida me distraía leyendo el libro de historietas que, supuestamente, debía guardar. Poco después, la distracción terminaba cuando ella me advertía que, en cinco minutos, iría a revisarlo. Como no podía acomodar todo en tan poco tiempo, escondía en el armario lo que no sabía dónde poner, hacía la cama y esperaba que ella entrara… deseando que no revisara el armario. Esto me recuerda lo que muchos hacemos con nuestra vida. Ordenamos lo de afuera, esperando que nadie mire dentro del «armario» donde hemos escondido nuestros pecados con excusas y culpando a los demás. El problema es que, aunque exteriormente luzcamos bien, somos bien conscientes del lío que tenemos adentro. El salmista nos alienta a someternos a la inspección purificadora de Dios: «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí ...